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También el aborto libre se ha convertido en un tema de controversia. Dos obispos en un duelo

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Ciertamente puede sorprender que un obispo haya considerado necesario intervenir en defensa de una doctrina que a primera vista está fuera de discusión en el seno de la Iglesia: la inviolabilidad de toda nueva vida humana desde su concepción. El obispo es Domenico Sorrentino (en la foto), de 74 años, titular de las diócesis de Asís, Nocera Umbra, Gualdo Tadino y Foligno, ex secretario en el Vaticano de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Lo hizo con un artículo de dos páginas en la histórica revista católica de la ciudad natal de San Francisco, “Rocca”, en su último número del 1 de febrero.

Sin embargo, hay una razón, que no es insignificante. Porque unos meses antes, en esta misma revista, otro obispo muy estimado, Luigi Bettazzi, de 99 años, último obispo italiano vivo que participó en el Concilio Vaticano II, impugnó resueltamente precisamente esa doctrina, argumentando que se es “persona humana” sólo “después del cuarto/quinto mes” de embarazo y, en consecuencia, antes de esta fecha el aborto no es un asesinato y ni siquiera un pecado, si se practica por buenos motivos.

Fue en la edición del 15 de agosto en “Rocca” donde Bettazzi argumentó esta tesis disruptiva. Y a mediados de noviembre, de nuevo en la misma revista, un teólogo moralista consagrado, Giannino Piana, intervino también para respaldarle. Settimo Cielo informó de esto el 23 de noviembre en este post:

> Aborto gratuito hasta el quinto mes. Un obispo y un teólogo explican por qué

El obispo de Asís objeta a Bettazzi y Piana y les explica que las razones que aducen no pueden ser aprobadas. Ciertamente, admite, la doctrina católica “conoce un desarrollo”, pero no “en la dirección opuesta” recorrida por ellos, es decir, hacia atrás, exhumando como lo hacen “la teoría medieval de la animación retardada del feto”. Porque los modernos descubrimientos científicos ya han demostrado que “desde la concepción se trata de un ser humano bien identificado, con un patrimonio genético propio que le caracteriza durante toda su vida”, desde el principio “diferente” respecto a la madre.

Y este nuevo ser humano, continúa Sorrentino, es desde el primer momento también una “persona”. Lo es por razones “filosóficas y jurídicas, en vinculación con la genética y la biología”. Lo es también para quienes no creen en un alma inmortal infundida por Dios en el óvulo recién fecundado.

A la objeción de Bettazzi, quien a partir del hecho de que muchos óvulos fecundados se pierden antes de anidarse en el útero materno derivaba la pregunta: “¿Entonces la naturaleza también mata al 40% de los seres humanos?”, Sorrentino responde: “¿Quién nos autoriza a considerar simplemente perdidos a los óvulos no anidados? Sólo podemos entrar en puntas de pie en la lógica de la naturaleza y del Creador, cuando se trata del misterio de la vida en su expresión multiforme y en gran medida escurridiza. Aquí estamos realmente entre la tierra y el cielo”.

Sorrentino replica también a la primacía que Bettazzi concedía a la intuición más que a la razón, es decir, a aquella intuición que lleva a reconocer como “persona” sólo al ser humano ya bien formado y capaz de respirar, después del cuarto o quinto mes de embarazo, advirtiendo contra “confundir el conocimiento intuitivo con el conocimiento precientífico”, porque entonces “correríamos el riesgo de seguir creyendo que es el sol el que gira alrededor de la tierra”.

“En todo caso -continúa el obispo de Asís-, la discusión sobre cuándo un hombre se convierte en persona ayuda poco a hacer menos grave el pecado del aborto, ya que la mera probabilidad fundada de que el cigoto sea un ser humano comporta el deber de respetar su derecho a la vida”. Pero cuidado -advierte- con verter palabras como “asesinato” sobre la mujer que ha decidido abortar. “Humana y pastoralmente, se deberían medir siempre las palabras, para decir la verdad sin crucificar a las personas, abriéndolas suavemente a una conciencia reparadora, a la misericordia regeneradora, a la esperanza”.

¿Y cómo debe juzgarse una ley que permite el aborto, como la vigente en Italia? Sorrentino excluye que su aplicación pueda considerarse, en determinadas condiciones, un “mal menor”, como afirma el teólogo Piana. “Las leyes que han liberalizado el aborto han fomentado una cultura que se ha acostumbrado a su práctica, considerándola incluso un derecho. La homologación cultural, moral y política sobre esta cuestión es ahora un tabú. Hace falta toda la valentía de la profecía para declararse públicamente a favor del respeto a la vida de todo concebido. Pero es una profecía que la humanidad del mañana nos agradecerá”.

En concreto, continúa diciendo Sorrentino, lo que hay que hacer es “aliviar la carga de las mujeres, cuando todo las empuja al aborto”. Considero que hay que invertir más en una cultura de la fraternidad, que derive también en una ayuda específica a la mujer-madre en dificultad, en línea con lo que hacen los Centros de Ayuda a la Vida”.

Y concluye el obispo de Asís:

“En la citada reflexión sobre el conocimiento racional y el conocimiento intuitivo, monseñor Bettazzi atribuye este último, de modo especial, a la mujer, para dejarle a ella el reconocimiento del ser humano que lleva en su seno, llegando también a la conclusión de que le corresponde principalmente, si no exclusivamente, decidir si llevar adelante un embarazo o interrumpirlo, dentro de los cuatro o cinco primeros meses. Mirando los rostros de las madres, me parece una deducción muy triste. […] En realidad no es menos intuitivo lo que cada uno de nosotros percibe de sí mismo. Y yo sé (¡y creo precisamente que no soy el único!) que, retrocediendo en mi vida, llego a aquella diminuta célula que mi madre Irene -¡bendita sea! – tuvo cuidado de no expulsar de su vientre. Ella no sabía nada – ella con el quinto grado primario – sobre el ADN, y todo eso. Pero sabía (¿intuía?) que esa criaturita invisible (quizá sólo lo sospechaba, aunque lo esperaba) que llevaba en el vientre era yo. Diminuto. Muy frágil. Pero era precisamente yo. Y se lo agradezco infinitamente al buen Dios”.

*

El texto íntegro del artículo del obispo de Asís, monseñor Domenico Sorrentino, publicado en “Rocca” el 1 de febrero de 2023:


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