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Un obispo teólogo rompe el silencio contra las “banalidades” de Viganò y socios

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“Ante las muchas banalidades que están circulando, la honestidad intelectual del cardenal Walter Brandmüller aporta un criterio de historicidad que vale para todos los Concilios y aún más para el Vaticano II”.

Esto es lo que escribe el reputado teólogo y obispo Franco Giulio Brambilla en la carta reproducida más abajo.

Hace referencia al enfrentamiento ofrecido hace pocos días por Settimo Cielo entre el temerario ataque al Concilio Vaticano II lanzado estas semanas por el arzobispo Carlo Maria Viganò por un lado, y por el otro la “lectio magistralis” del cardenal Brandmüller sobre la correcta interpretación teológica e histórica de este y los demás Concilios:

> Sobre el Concilio una carta de Viganò y una lección de Brandmüller. Quién tiene razón y quién no

Brambilla, 71 años, nacido y crecido en la archidiócesis de Milán, desde 2011 es obispo de Novara y desde 2015 vicepresidente de la conferencia episcopal italiana, además de haber sido elegido en 2017 en la terna propuesta al papa para la presidencia de la misma.

También es un destacado teólogo. Ha sido profesor de cristología y antropología teológica en la Facultad de Teología de Milán y fue su decano de 2006 a 2012. Es hijo de esa gran escuela teológica milanesa que ha tenido como maestros, en su edad de oro, a Carlo Colombo, el teólogo más próximo a Pablo VI durante y después del Concilio, Giuseppe Colombo y Giacomo Biffi, más tarde arzobispo de Bolonia y cardenal.

Entre los teólogos del siglo XX que más ha estudiado se encuentran Edward Schillebeeckx, Karl Rahner y Hans Urs von Balthasar, a los que desde luego no se les puede clasificar como tradicionalistas, y de los que él siempre ha estado lejos. Una razón más para comprender la seriedad de su apreciación de los argumentos del cardenal “conservador” Brandmüller relacionados con el Concilio Vaticano II, ante las “banalidades” que están circulando actualmente.

Brambilla ha adjuntado a la carta un ensayo de 2013 que trata precisamente de la interpretación del Concilio Vaticano II.

El ensayo es demasiado largo y especializado para ser reproducido aquí por entero. Su autor parte de la premisa de que también para los Concilios cristológicos de los primeros siglos siempre fue necesario conjugar la interpretación teológica del dogma con la reconstrucción del contexto histórico. Y lo mismo hay que hacer con el Vaticano II. Su interpretación teológica “tiene que tener en cuenta la historia que lo precede, lo acompaña y lo sigue”.

Después el ensayo analiza de manera crítica las principales operaciones interpretativas del Vaticano II llevadas a cabo durante estas décadas, desde la de la “escuela de Bolonia” dirigida por Giuseppe Alberigo sobre el Concilio como “evento”, hasta la de la Universidad de Tubinga dirigida por Peter Hünermann y B.J. Hilberath sobre el Concilio como acto “constitucional”, y la del jesuita francés Christoph Theobald sobre el Concilio como magisterio “pastoral”. Y es precisamente en el “principio pastoral” bien entendido donde Franco Giulio Brambilla encuentra la arquitectura original del Vaticano II y su legado para la Iglesia de hoy y de mañana.

De este ensayo, Settimo Cielo se limita a publicar un breve extracto, en el que el autor se remite al discurso capital de Benedicto XVI del 22 de diciembre de 2005, con la propuesta de una hermenéutica “de la reforma” como mediación entre las dos hermenéuticas del Concilio en conflicto durante esos años, la de la “discontinuidad” y la de la “continuidad”.

A continuación publicamos la carta y el extracto.

*

1. LA CARTA DE FRANCO GIULIO BRAMBILLA

Querido Sandro Magister:

Como veo que en su blog Settimo Cielo está incluyendo algunas referencias muy importantes y oportunas sobre el Vaticano II, tengo el placer de enviarle esta aportación sobre la hermenéutica del Vaticano II (aunque no es adecuada para una publicación completa ya que es demasiado larga y teórica), que puede que sea mi canto del cisne teológico. Una aportación escrita en el cambio de pontificado de Benedicto XVI al papa Francesco.

Ante las muchas banalidades que están circulando, la honestidad intelectual del cardenal Walter Brandmüller aporta un criterio de historicidad que vale para todos los Concilios y aún más para el Vaticano II.

En efecto, un Concilio expresa un discernimiento autorizado (dogmático y/o pastoral) sobre una negación doctrinal y/o un argumento pastoral (véase libertad religiosa y ecumenismo) que hay que reconstruir para leer e interpretar de modo correcto el sentido auténtico de la intervención conciliar.

Solo hay que leer y comparar dos o tres comentarios escritos sin obstáculos ideológicos para saber cuál es el auténtico contenido del texto conciliar.

Le mando un abrazo y un cordial saludo. ¡Gracias!

Franco Giulio Brambilla

*

2. UN EXTRACTO DE SU ENSAYO SOBRE EL CONCILIO

(De: “L’interpretazione teologica del Vaticano II. Categorie, orientamenti, questioni”, en “Il Concilio e Paolo VI. A cinquant’anni dal Vaticano II”, XII Colloquio Internazionale di Studio, Concesio (Brescia), 27-29 de septiembre de 2013, ed. E. Rosanna, Istituto Paolo VI-Studium, Brescia-Roma, 2016, pp. 148-179).

La recepción del Concilio Vaticano II y su legado

de Franco Giulio Brambilla

[…] La tercera etapa de la recepción del Concilio Vaticano II está dominada por el conflicto de las interpretaciones, desde el año 2000 hasta nuestros días.

En mi opinión presenta algunos elementos nuevos de carácter diferente, de los cuales el más decisivo es la desaparición de la generación que hizo el Concilio. Los actores del Vaticano II desaparecen: la nueva generación de obispos y teólogos no participó en el debate conciliar y no está marcada de la misma manera por ese evento; lo recibe a través de sus documentos, logros institucionales y prácticas reales.

Para esta generación el Vaticano II es accesible solo a través de un gesto de “memoria crítica”, como una operación que recupera la intención pastoral y práctica del evento conciliar a través de la evaluación de sus recepciones y aplicaciones; ya no hay una relación directa con el evento conciliar y sus documentos, sino que está mediada por una situación sin precedentes, marcada por la secularización, el multiculturalismo y el pluralismo religioso.

Dicha situación plantea de forma abrumadora el problema de la identidad cristiana, así como la relación con la tradición. Hemos pasado de una tradición postridentina (en la última versión neoescolástica), de la que la primera generación postconciliar ha intentado desligarse interpretando el Concilio como una “autorización” para superarla, a la necesidad de una tradición “identitaria”, pero cuyos rasgos calificativos no termina de identificar la nueva generación, y que en cualquier caso pasa por encima del “regreso de lo sagrado”, de las formas que parecían imprudentemente liquidadas por una práctica litúrgica emancipada, por la exigencia de una continuidad con la conciencia cristiana de siempre.

En esta fase se sitúa el generoso intento de Benedicto XVI, que ahonda sus raíces ya en la última fase del pontificado de Juan Pablo II (del que siempre fue un destacado consejero teológico), che ha trabajado en dos niveles: el discernimiento del legado del Vaticano II, proponiendo una “hermenéutica de la reforma”, más allá de la contraposición entre discontinuidad y continuidad; y la relación crítica con la modernidad, con el manifiesto de su pontificado propuesto en la encíclica “Deus caritas est” y en el discurso de Ratisbona.

Su propuesta podría sintetizarse de la siguiente manera: la identidad cristiana lleva consigo las razones de su importancia y exige, por tanto, una relación con la razón moderna, liberada de su angustia racionalista y anti tradicional. Un intento audaz que se sitúa justo en la cima de un cambio, inscrito por así decirlo en la venerable figura de ese papa: el de ser el último testigo del evento del Concilio (como experto) y el primer pontífice que se tuvo que hacer cargo de la transmisión del Vaticano II a la nueva generación.

Para esta el Concilio es un momento de la historia, una herencia que tiene que ser recogida. En cualquier caso, la intervención papal de 2005 produjo de forma indirecta una concentración benéfica de estudios sobre el Vaticano II, que nos permite dar el paso a una nueva fase de la recepción y de la hermenéutica teológica que tal vez necesita una nueva denominación.

Por lo tanto, la nueva fase podría definir un momento nuevo que se abre ante nosotros. El momento en el que el Concilio debe ser transmitido a la segunda generación postconciliar: la que no ha vivido bajo el haz de luz del Vaticano II, sino que ha nacido en un mundo secularizado, sin signos identitarios y que por eso le cuesta sentirlo como un punto de partida prometedor. […]

De hecho, esta es la aportación de las intervenciones más significativas de esta última década, antes, durante y después de la intervención del papa Benedicto en 2005.

Podríamos delinear el tema de la herencia en tres movimientos:

a) el Vaticano II como estilo: recuperar el modo original de los padres conciliares (que los estudios históricos nos han hecho conocer) de plantear los problemas con el método y los recursos que han puesto en marcha para prospectar una respuesta a los retos de su tiempo con la interacción entre temas, “corpus” textual y nuevos lectores;

b) el principio pastoral: hacer resurgir la originalidad del Vaticano II, sus ideas creativas y sus intuiciones básicas tanto en el aspecto metodológico como en el de contenido;

c) el futuro del Concilio: descubrir el estado creativo que caracterizó ese momento histórico y que hoy necesita, al inicio del tercer milenio, una recuperación creativa y una nueva pragmática eclesial.

Con estos tres movimientos se produce el paso de la interpretación teológica del Vaticano II al Concilio como hermenéutica del futuro del anuncio cristiano para la Iglesia del siglo XXI. […


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