
Pocos días después de su publicación, la encíclica “Fratelli tutti” ya ha sido archivada vista la ausencia de la más mínima novedad respecto a las anteriores y archiconocidas alocuciones del papa Francisco sobre los mismos temas.
¿Pero si fuera precisamente esta interminable predicación franciscana sobre la “fraternidad” la que diera vida a un “cristianismo distinto”, en el que “Jesús no fuera más que un hombre”?
Es este el serio “dilema” en el que, según el filósofo Salvatore Natoli, ha caído hoy la Iglesia con el pontificado de Jorge Mario Bergoglio.
Natoli lo escribe y argumenta en un libro en el que diversos autores comentan la encíclica, del que es responsable el obispo y teólogo Bruno Forte y que está a la venta a partir de hoy en Roma y toda Italia.
Los autores que aportan sus comentarios a la encíclica son de primer nivel en su correspondiente ámbito de estudio: el biblista Piero Stefani, el hebraísta Massimo Giuliani, el islamólogo Massimo Campanini, el historiador del cristianismo Roberto Rusconi, la medievalista Chiara Frugoni, el historiador de la educación Fulvio De Giorgi, el epistemólogo Mauro Ceruti, el pedagogista Pier Cesare Rivoltella, el poeta y escritor Arnoldo Mosca Mondadori.
Natoli es uno de los más importantes filósofos italianos. Se declara no creyente, pero por formación e intereses su reflexión siempre ha estado en el límite entre fe y razón, muy atento a lo que pasa en la Iglesia católica.
En diciembre de 2009, cuando el comité para el “proyecto cultural” de la Iglesia italiana, presidido por el cardenal Camillo Ruini, promovió en Roma un imponente congreso internacional sobre un tema crucial: “Dios hoy. Con él o sin él cambia todo”, Natoli fue uno de los tres filósofos invitados, junto al alemán Robert Spaemann y el inglés Roger Scruton.
Ese congreso no fue un desfile de opiniones yuxtapuestas, sino que su intención era ir recto a esa “prioridad” que para el entonces papa Benedicto XVI «estaba por encima de todas las otras», y hoy más que nunca, en un tiempo “en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento».
La prioridad era, como había escrito Benedicto XVI en su carta a los obispos del 10 de marzo de ese mismo año, «hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo, en Jesucristo crucificado y resucitado».
No hay rastro de esta dramática urgencia en las 130 páginas de “Fratelli tutti”.
Pero dejemos el juicio al filósofo Natoli, en estos fulminantes pasajes sacados de su comentario a la encíclica.
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“¿Y SI JESÚS NO FUERA MÁS QUE UN HOMBRE?”
por Salvatore Natoli
La modernidad ha debatido incesantemente sobre la existencia de Dios. Basta pensar en la valoración de las pruebas de la existencia de Dios desde Descartes a Kant: ¿se puede demostrar? ¿No se puede demostrar? Pues bien, el conflicto sobre la existencia de Dios demostraba claramente que Dios era la cuestión central de esa cultura, tanto para quienes negaban su existencia como para quienes la sostenían. Era el tema dominante, ante el cual no se podía permanecer callado.
Sin embargo, en un determinado momento Dios se ha desvanecido, ha dejado de ser el problema porque ya no se sentía que fuera necesario. Hoy, reflexionar sobre la existencia de Dios es un problema que nadie tiene, ni siquiera los cristianos. Lo que caracteriza el cristianismo cada vez más es la dimensión de la “caritas”, y lo hace en detrimento de la Transcendencia. Y creo que “Fratelli tutti” es un testimonio coherente de esto. Y este es un gran dilema dentro del cristianismo, del cual se hace cargo “in actu exercito” el papa Francisco. No se niega la Transcendencia, pero tampoco se la nombra. Pero una negación explícita es innecesaria si la cuestión pasa a ser irrelevante.
”Et exspecto resurrectionem mortuorum” es una afirmación –sacada del misal romano– que es cada vez más marginal en el vocabulario cristiano. El caminar en compañía de los hombres –expresión que recapitula “Fratelli tutti” (cfr. n. 113)– siempre ha estado presente, pero era solo el tránsito hacia un resultado mucho más radical: la rendición definitiva del dolor y de la muerte. Una dimensión sostenía la otra.
Sin embargo, hoy podemos constatar una desviación singular: el cristianismo se identifica cada vez más solo con el “Christus caritas”. ¿Acaso no es este el Cristo de “Fratelli tutti”? Un Cristo que, no es casualidad (léanse los párrafos 1-2 y 286), tiene el rostro de Francisco de Asís, el santo cristiano que más habla a los creyentes de otras religiones y a los no creyentes.
Este paso, se lo pregunto a los cristianos, ¿es reversible o irreversible? ¿Y si Francisco -me atrevo a decir- fuera el último papa de la tradición católica y romana? ¿Y si estuviera naciendo un cristianismo distinto? Un cristianismo que tiene en el centro la justicia y la misericordia, en detrimento de la resurrección de la carne. Compartir el dolor no es lo mismo que la liberación definitiva del mal. La promesa cristiana era: “Ya no existirán dolor ni muerte, ya no existirá el mal”; ahora, en cambio, parece que el cristianismo da por sentado que el dolor acompañará siempre a los hombres y, en este caso, ser cristianos significa apoyarse recíprocamente. Subrayo este aspecto de la encíclica porque me parece que converge totalmente con lo que ha mantenido la parte mejor de la modernidad laica, si bien en términos de altruismo y solidaridad y sin hacer ninguna referencia a una redención definitiva, llamada también “salvación”. […]
No sé en qué medida sigue siendo relevante para los cristianos la fe en el advenimiento de un mundo sin dolor y muerte y, sobre todo, –esto me parecía tal vez decisivo–, en un final en el que los hombres serán resarcidos de todo el dolor que han sufrido. Pero añado: ¿en qué medida siguen aún creyendo en una eternidad santa, en un eterno presente en el que no hay nada más que esperar y en un pasado que será totalmente redimido? […]
En cualquier caso, al que es cristiano le importa, a pesar de todo y mucho, el “Christus caritas”. “Ubi caritas et amor, ibi Deus est. Congregavit nos in unum Christi amor” (también del misal romano): esto es perfectamente adecuado para los hombres. ¿Y si Cristo no fuese para nada el Dios encarnado, sino que al contrario, fuera precisamente la encarnación la que representara de verdad el inicio de la muerte de Dios? ¿Y si Jesús no fuera más que un hombre que, sin embargo, ha mostrado a los hombres que solo en su entrega recíproca tienen la posibilidad de convertirse en “dioses”, aunque al modo de Spinoza: “homo homini Deus”? Ya no, por tanto, el “tu scendi dalle stelle” [«tú desciendes de las estrellas»], sino más bien “el darse apoyo los unos a los otros” para vivir felices en la tierra.
La promesa de una liberación definitiva del dolor y de la muerte tal vez sea solo un mito, pero en cualquier caso no es algo que esté en manos de aquellos a los que los griegos llamaban los “mortales”. Por el contrario, la ayuda recíproca está en la disponibilidad de los hombres y el cristianismo, reconocido y asumido en la forma del Buen Samaritano, nos puede hacer plenamente humanos. Si es así, como diría Benedetto Croce, no podemos no llamarnos cristianos. Y este es un dilema que, como no creyente, planteo a los creyentes, a los católicos.
Efectivamente, como no creyente, estoy perfectamente de acuerdo, palabra por palabra, con lo que dice la encíclica en el capítulo dos comentando la parábola del Buen Samaritano. ¡Es lo que hay que hacer! Desde este punto de vista, Jesús expresa una posibilidad a los hombres. Pero el Dios que resucita de entre los muertos es solo una posibilidad de Dios, admitido que exista.
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(s.m.) “¿Y si Francisco fuera el último papa de la tradición católica y romana? ¿Y si estuviera naciendo un cristianismo distinto?”. Esta pregunta del filósofo Salvatore Natoli coincide con la que el historiador Roberto Pertici ha puesto como título a una importante intervención suya en Settimo Cielo:
> ¿El fin del “Catolicismo romano”?
Un filósofo y un historiador, cada uno desde su correspondiente ángulo de observación, han captado en el pontificado de Francisco el incipit del mismo cambio radical. Una convergencia que no hay que infravalorar.