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Ya no es una hipótesis, sino una certeza. Ahora sabemos que el papa Francisco “primero” tiene fijo el pensamiento “en quién será [el Papa] después de mí”, es decir, en el futuro cónclave, por más cercano o lejano que sea. Lo dijo él mismo en una entrevista realizada hace pocos días en la agencia ADN Kronos. En la que se aplicó a sí mismo el memorable “Estamos en misión por cuenta de Dios” de los Blues Brothers, con estas textuales palabras:
“No temo nada, actúo en nombre y por cuenta de Nuestro Señor. ¿Soy un inconsciente? ¿Me falta un poco de prudencia? No sabría qué decir, me guía el instinto y el Espíritu Santo”.
De hecho, sus últimas promociones – y destituciones – de cardenales viejos y nuevos parecen mirar precisamente a la preparación de un cónclave de su agrado.
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Para comenzar, Francisco puso brutalmente fuera de juego – degradándolo de un minuto a otro el 24 de setiembre – a un cardenal como Giovanni Angelo Becciu, quien en un cónclave, si no fuera candidato a la sucesión, habría sido seguramente un gran elector capaz de jugar fuerte por sí, fuerte a causa de sus ocho años como “sustituto” de la Secretaría de Estado, en contacto diario con el Papa y teniendo en su puño el gobierno de la Iglesia mundial.
Despojado de “sus” derechos” de cardenal, Becciu no podrá de hecho ni siquiera entrar en un cónclave, a pesar de que un historiador de la Iglesia como Alberto Melloni sostiene lo contrario.
Lo que motivó su caída en desgracia habría sido el mal uso de dineros de la Secretaría de Estado y del Óbolo de San Pedro. Pero Becciu sabe también que ni el Papa ni su propio superior, el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, pueden decirse extraños a los golpes que le son lanzados ahora. Ya son de dominio público, en efecto, tanto un documento de la magistratura vaticana en la que resultaría que Becciu actuó informando al Papa de sus movimientos, incluso los más arriesgados, recibiendo la aprobación, como un recientísimo intercambio de correos electrónicos de trabajo entre el cardenal Parolin y la autotitulada experta de servicios secretos, Cecilia Marogna, reclutada hace años por Becciu entre los “funcionarios públicos” de la Secretaría de Estado y ahora imputada de peculado y de apropiación indebida de dineros vaticanos descuidadamente transferidos a ella.
Para confirmar el estrecho vínculo de confianza que hasta hace muy poco tiempo ligaba al Papa con Becciu hay que tener presente que Francisco lo había nombrado su “delegado especial” en la Orden de los Caballeros de Malta. ¿A quién ha nombrado ahora el Papa en el puesto de Becciu? A otro de sus favoritos, el neo-cardenal Silvano Tomasi, ex representante del Vaticano en Naciones Unidas, pero sobre todo partícipe del enfrentamiento fratricida dentro de la Orden y que en enero del 2017 llevó al inocente Gran Maestre Frey Matthew Festing a una forzada dimisión, impuesta por el Papa en persona.
Tomasi, muy cercano al cardenal Parolin, es precisamente uno de los trece nuevos cardenales que Francisco revistirá con la púrpura el próximo 28 de noviembre.
Una lista en la que es instructivo ver no sólo a quienes están adentro, sino también a los que están afuera.
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Están afuera, por ejemplo, dos arzobispos de primera magnitud: el de Los Ángeles, monseñor José Horacio Gómez, quien también es presidente de la Conferencia Episcopal Estadounidense, y el de París, monseñor Michel Aupetit.
Uno y otro tienen cualidades no comunes y gozan de amplia estima, pero tienen la desventaja – a los ojos de Francisco – de parecer demasiado alejados de las líneas directrices del actual pontificado. Aupetit tiene experiencia también como médico y bioeticista, al igual que el arzobispo y cardenal holandés Willem Jacobus Eijk. Y no es un misterio que tanto Gómez como Aupetit, si fueran creados cardenales – lo que no sucederá – entrarían, en un cónclave, en la lista breve de los candidatos alternativos a Francisco y de sólido perfil, lista breve de la que ya forman parte Eijk y el cardenal húngaro Péter Erdô, bien conocido por haber conducido con sabiduría y firmeza, en el doble Sínodo sobre la Familia del que era relator general, la resistencia a los que impulsaban el divorcio y la nueva moral homosexual.
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Entre los cardenales electores recién nombrados, todos en deuda con Jorge Mario Bergoglio por sus respectivas carreras, son al menos tres los que destacan.
En Estados Unidos suscitó rumores la promoción a la púrpura cardenalicia de Wilton Gregory, arzobispo de Washington, primer cardenal afroamericano de la historia, pero también adversario acérrimo de Donald Trump.
De la Isla de Malta proviene el otro neo-cardenal, Mario Grech, fervoroso impulsor de la sinodalidad como forma de vida de la Iglesia y recientemente promovido por Francisco a secretario general del Sínodo de los Obispos. Apenas nombrado, Grech produjo inmediatamente una entrevista en “La Civiltà Cattolica”, en la que calificó de “analfabetismo espiritual” y “clericalismo” a esos cristianos que sufren por la falta de la celebración eucarística durante los “lockdown” y no comprenden que se puede prescindir de los sacramentos, porque hay “otros modos para vincularse al misterio”.
Pero todavía más estratégica, para el papa Francisco, es la promoción de Marcello Semeraro, el neo-cardenal que él colocó en el puesto dejado vacío por el defenestrado Becciu, el de prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos.
Semeraro es un elemento clave de la corte de Bergoglio, desde su elección como Papa. Hasta hace pocas semanas se desempeñaba como secretario del equipo de los 8, después 9, después y ahora 7 cardenales que colaboran con Francisco en la reforma de la Curia y en el gobierno de la Iglesia universal.
Oriundo de Puglia, de 73 años, Semeraro ha sido profesor de eclesiología en la Pontificia Universidad Lateranense y después obispo, primero de Oria y luego de Albano. Pero el giro decisivo fue para él la participación en el Sínodo del 2001 como secretario. Fue allí que se vinculó al entonces cardenal Bergoglio, imprevistamente encargado de pronunciar el discurso inicial de esa asamblea en lugar del cardenal Edward M. Egan, de Nueva York, obligado a permanecer en su patria por el atentado de las Torres Gemelas.
El vínculo entre los dos pronto se hizo muy fuerte y cada vez que Bergoglio venía a Roma no dejaba de hacer un viaje a la cercana Albano. Hasta que llegó el cónclave de 2013 y los dos – le gusta recordar a Semeraro – se reunieron un par de horas el día anterior a la votación, con Bergoglio «extrañamente silencioso». El primer obispo que el nuevo Papa recibió en audiencia tras su elección fue Semeraro, posteriormente nombrado secretario del recién formado equipo de cardenales consejeros. Cuando Semeraro cumplió 70 años en diciembre de 2017, Francesco lo sorprendió apareciendo en Albano a la hora del almuerzo y festejó con él (ver foto).
Pero hay más. Tanto Gregory como Grech, pero todavía más Semeraro, han sido durante años partidarios activos de un cambio en la doctrina y práctica de la Iglesia Católica en materia de homosexualidad. En su diócesis de Albano, Semeraro acoge cada año al Foro de LGBT italianos. Y es suyo el prefacio al reciente ensayo “L’amore possibile. Persone omosessuali e morale cristiana” [El amor posible. Personas homosexuales y moral cristiana], de don Aristide Fumagalli, profesor en la Facultad de Teología de Milán y émulo en Italia del jesuita estadounidense James Martin, el más famoso heraldo de la nueva moral homosexual, a la que incluso el papa Francisco no ha dejado de manifestar su aprecio.
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Se registran además los movimientos que Francisco llevó a cabo en estas últimas semanas en beneficio de algunos cardenales cercanos a él.
El más sorprendente fue el nombramiento del cardenal Kevin Farrel, efectuado el 5 de octubre, como presidente de un nuevo organismo vaticano con competencia en los “asuntos reservados”, es decir, ajenos a las normas ordinarias y cubiertos por el más riguroso secreto.
Farrell, de 73 años, nacido en Dublin y luego obispo en Estados Unidos, en su juventud miembro de los Legionarios de Cristo, desde el 2016 es el prefecto del dicasterio vaticano para los laicos, la familia y la vida, y desde febrero del 2019 es también “camarlengo” del colegio de cardenales, lo que significa que está designado para gobernar la Iglesia en el período entre la muerte de un Papa y la elección del sucesor.
Es claro que con estas promociones en serie el papa Francisco ha atribuido a Farrell, evidentemente su benjamín, un cúmulo inusitado de poder.
Pero esto aconteció a pesar de que la biografía de este cardenal tiene períodos oscuros, hasta ahora no aclarados.
Sus años más nebulosos son aquéllos en los que, como obispo auxiliar y vicario general de Washington, fue el más próximo colaborador y confidente del entonces titular de la arquidiócesis, el cardenal Theodore McCarrick, con quien compartió también la habitación entre el 2002 y el 2006.
En esos mismos años las dos diócesis de Metuchen y Newark, de las que McCarrick había sido anteriormente obispo, pagaron decenas de miles de dólares para cerrar las demandas con ex sacerdotes que lo habían denunciado de haber abusado sexualmente de ellos. Y ya circulaban contra McCarrick acusaciones mucho más extensas de abusos, acusaciones que posteriormente se acrecentaron y confirmaron hasta llevarlo en el 2018 a su condena definitiva y a la reducción al estado laical.
Pero a pesar de su fuerte proximidad a McCarrick, Farrell sostuvo siempre que no había tenido jamás, en esos años, “ninguna razón para sospechar” de algo ilícito en los comportamientos del cardenal, quien era su jefe, mentor y amigo.
En octubre del 2018 el papa Francisco prometió la publicación de un informe que debería arrojar luz sobre los encubrimientos y complicidades de las que McCarrick habría gozado en el campo eclesiástico hasta los puestos más altos.
Pero el nombramiento de Farrel como custodio de los asuntos más reservados no permite esperar que ese informe – la cui pubblicazione è annunciata per domani, 10 novembre – ofrezca realmente claridad.
Como prefecto del dicasterio para la familia, Farrell se ha distinguido también al llamar como relator para el encuentro mundial de las familias, llevado a cabo en Dublin en el 2018, al jesuita Martin, de cuyo libro pro-LGBT “Building a bridge” [Construyendo un puente] había escrito el prefacio.
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Otro movimiento de Francisco se refiere al llamado “banco” vaticano, el IOR, Instituto para las Obras de Religión.
Para supervisar al IOR hay una comisión cardenalicia, en la que el Papa ha realizado el 10 de octubre algunos recambios.
Entre los nuevos miembros ha introducido a dos discípulos: el cardenal polaco Konrad Krajewski, su “limosnero” activísimo en las obras de caridad, y el cardenal filipino – chino por parte de madre – Luis Antonio Gokim Tagle, prefecto de “Propaganda Fide” y considerado universalmente el hombre que Francisco más querría como su sucesor.
Entre los miembros removidos hay, por el contrario, un nombre notable, el del cardenal Pietro Parolin. Lo que ha hecho pensar en una degradación, tanto suya como de la Secretaría de Estado.
En realidad el desplazamiento de la comisión del IOR es para Parolin un beneficio. El cardenal está haciendo de todo para acreditarse como ajeno a las turbias maniobras que han terminado en una investigación judicial en la Secretaría de Estado, y por eso pretende mantenerse lejos también de una tempestad que podría rápidamente embestir al IOR, acusado por dos fondos de inversión de Malta de haberles causado un daño de decenas de millones de euros, lo que ha provocado la ruptura de un acuerdo para la adquisición y restauración del ex Palacio de la Bolsa de Valores de Budapest.
Desde hace tiempo Parolin figura entre los “papables”. Pero se dice que desde hace al menos dos años los consensos para una candidatura suya no han crecido, sino que están en neta declinación. Como hombre de gobierno, las turbias maniobras de sus subalternos en la Secretaría de Estado le juegan pesadamente en contra. Como diplomático, no hay casilla en la que haya registrado un mínimo éxito, ni en Medio Oriente, ni en Venezuela, ni mucho menos en China. Y ahora también se juzga como muy modesta su eventual capacidad para encauzar y equilibrar el estado de confusión inducido en la Iglesia por el pontificado de Francisco.
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En efecto, como hombre de gobierno, el papa Bergoglio muestra que prefiere más que a Parolin a otro cardenal, el hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, que ha sido reconfirmado a mediados de octubre en el cargo de coordinador del “C7”, el equipo de los siete cardenales que son sus consejeros.
Cómo Francisco pueda continuar confiando en Maradiaga sigue siendo un misterio. Más allá del hecho que está señalado desde hace tiempo por graves acusaciones de malversaciones financieras ya investigadas por una visita apostólica en su diócesis, Maradiaga tuvo durante años como obispo auxiliar y discípulo a Juan José Pineda Fasquelle, destituido en el verano del 2018 a causa de continuas prácticas homosexuales con sus seminaristas.
No solo eso. En ese mismo verano del 2018 Francisco nombró en el rol clave de sustituto de la Secretaría de Estado – en el cargo de Becciu promovido a cardenal – al arzobispo venezolano Edgar Peña Parra, ex consejero de la nunciatura en Honduras entre el 2002 y el 2005, y muy vinculado a Maradiaga y a Pineda, de quien propició el nombramiento a obispo auxiliar de Tegucigalpa, además que él mismo ha recibido acusaciones de mala conducta, pero que jamás han llegado a ser objeto en el Vaticano de una verificación imparcial.
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¿Queda por último Tagle, el verdadero sucesor que Francisco tiene “in pectore” y que todos los movimientos descritos parecen favorecen todavía más?
Que el cardenal sino-filipino sea el “papable” más estimado por Bergoglio está fuera de duda. Pero que un futuro cónclave lo elija Papa no está descontado en absoluto. Precisamente porque es demasiado parecido a Francisco, es fácil prever que Tagle terminará triturado por las múltiples intolerancias del pontificado actual.
En consecuencia no se excluye que Bergoglio tenga en mente también otro sucesor de su agrado, quizás más capaz de ser elegido. Y éste podría ser el cardenal de Bolonia, Matteo Zuppi, ya con varias flechas en su arco, pero cuya fuerza electoral se la daría sobre todo la Comunidad de San Egidio, de la que es cofundador y que es indiscutiblemente el lobby católico más poderoso, influyente y omnipresente de las últimas décadas, a nivel mundial, muy insertada en las altas jerarquías de la Iglesia.
Con Bergoglio papa, la Comuniad de San Egidio ha llegado a su apogeo también en el Vaticano, con Vincenzo Paglia a la cabeza de los institutos para la vida y la familia, con Matteo Bruni como jefe de la sala de prensa, con el jefe supremo de la comunidad, Andrea Riccardi, en la dirección del espectacular encuentro interreligioso para la paz, presidido por el Papa el pasado 20 de octubre, y sobre todo con Zuppi creado cardenal hace un año. “Cardenal de la calle”, como le gusta definirse, además de autor de ese infalible libre tránsito enla corte de Francisco que es el prefacio a la edición italiana del libro pro-LGBT del jesuita James Martin.